El alcance social de la educación salesiana

10 octubre 2008

Si quiero… percibir a los marginados y drogados, a los sin trabajo y a los sin esperanza como hermanos, no como diversos, si quiero traducir el cristianismo en obras, también sociales, y diría santamente socialistas… si quiero tener un contacto no paternalista sino paterno, no autoritario sino autorizado, no represivo sino comprensivo, no de comunicación sino de comunión… he comprendido perfectamente que debo dirigirme a Don Bosco” (I. Alighiero).   
      
El mismo Don Bosco describe a los primeros oratorianos: “El Oratorio se componía de picapedreros, albañiles, estucadores, adoquinadores, canteros y otros que venían de pueblos lejanos. Particularmente los últimos, como no conocían dónde se encontraban las iglesias ni conocían a compañeros, estaban expuestos a peligros de perversión” .

Orígenes de la obra salesiana

Los destinatarios del carisma de Don Bosco son por tanto los jóvenes más necesitados, los de ambientes populares, del mundo del trabajo. En su carta circular “Sintió compasión de ellos”, don J. Vecchi llama la atención sobre el nuevo escenario del compromiso educativo de los salesianos: “Los factores económicos, sociales y culturales están determinando una nueva configuración de la sociedad. Varían pues, al menos parcialmente, las urgencias de nuestra misión: los sujetos que preferir, los mensajes evangélicos que difundir y los programas educativos que poner en práctica”.

Las antiguas y las nuevas pobrezas juveniles son un desafío constante a la creatividad del carisma y lo vuelven actual. Con frecuencia la televisión ofrece imágenes, dimensiones y efectos de la pobreza, como el hambre, el éxodo de miles de prófugos víctimas de conflictos étnicos, discriminaciones religiosas, guerras de intereses. Y, continuando, la inmigración precaria a la ciudad que se transforma en marginación urbana, el trabajo de los niños, la situación de la mujer, la explotación sexual del menor, los niños soldados, etc. Es un cuadro de tintes oscuros y, pese a ello, incompleto. La atención por los “últimos” está siempre presente en el horizonte de nuestros proyectos, entendiendo como últimos a los jóvenes en peligro, la pobreza económica, cultural y religiosa, a los pobres en el nivel afectivo, moral y espiritual, a los que sufren a causa de problemas familiares, a los jóvenes que viven al margen de la sociedad y de la Iglesia.

Trabajo educativo con los jóvenes

El carisma salesiano sigue escribiendo páginas gloriosas de historia iniciando amplios proyectos sociales de prevención y asistencia en todos los continentes: en los campos de refugiados, con los muchachos de la calle, en la recuperación de los niños-soldado y de los muchachos explotados sexualmente, en los múltiples programas en favor de los emigrados. La fuerza educativa del Sistema Preventivo se muestra eficaz en recuperar a muchachos mal encaminados y en prevenir elecciones peores cuando ya se han comenzado a recorrer senderos equivocados. Debemos, con todo, evitar cierta “moda pauperística”, que se vuelve demagogia y nos lleva a hablar de los pobres sin actuar en favor de los pobres. No es posible educar en los valores de la compasión y de la solidaridad desde una óptica de satisfechos y de poderosos, y ni siquiera de neutralidad.

Para educar a la solidaridad y a la justicia hará falta adoptar la posición social de las “víctimas”. La Iglesia ha visto siempre en los pobres “un lugar teológico de encuentro con Dios”. Tras una lectura evangélica de la realidad del continente latino-americano la Conferencia de Puebla afirma “la necesidad de conversión de la Iglesia a una opción preferencial por los pobres, en vista de su liberación integral”.

La aceleración de los tiempos, el ritmo vertiginoso con que se suceden los acontecimientos puede llegar a anestesiar nuestra sensibilidad o la de los jóvenes. Será necesario buscar los “medios pedagógicos adecuados” para mantener el corazón constantemente abierto al grito de la vida que busca sobrevivir con dignidad. Es aquí donde la educación debe decir su palabra crítica como instrumento de análisis de la realidad y para eliminar todo lo que no parece justo. Ante un mundo individualista y no solidario, la educación debe tender a superar la indiferencia y a despertar sentimientos de interés por los temas sociales, a favorecer el conocimiento del mundo que nos rodea y aprender a evaluarlo críticamente, a sentirse responsable y protagonista de lo que sucede, participando en la elaboración de respuestas que superen el recurso a la violencia. La pobreza y la marginación no son un fenómeno solo económico, sino una realidad que toca la conciencia y un desafío a la mentalidad de la sociedad. Por esto la educación moral y el trabajo pedagógico se presentan como algo realmente urgente frente a una sociedad en que los grandes problemas de la humanidad y los principios que regulan las relaciones entre personas y países, y con el ambiente natural, exigen nuevas orientaciones éticas y morales, aún más que soluciones técnicas y científicas.

  

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