¿Cómo ha cambiado la sociedad desde que nació este proyecto hace poco más de una década?
Nosotros nos centramos en los menores y los jóvenes en riesgo de exclusión social, así que algunas de las respuestas que dábamos hace 12 años siguen siendo igual de válidas, como las actuaciones en determinadas zonas de Córdoba, como Las Palmeras o el barrio Guadalquivir. Las casas de acogida y la atención a menores tutelados también son todavía necesarias. Lo que ha cambiado son los perfiles. Ahora hay más presencia de inmigrantes, y desde hace dos años aproximadamente a los proyectos de empleo se están sumando cada vez más personas. El paro juvenil alcanza ya una tasa del 45%, y eso se nota en la Fundación.
¿Han percibido que en los últimos dos años, desde que la crisis empezó a golpear con fuerza, se han incorporado también jóvenes que antes estaban integrados en la sociedad y de pronto se ven excluidos?
Lógicamente sí. Hay que tener en cuenta que nuestra sociedad, incluso en época de bonanza económica, no ha sido capaz de reducir la tasa de pobreza. Y esto se agrava mucho más con la crisis, ya que lógicamente las dificultades económicas inciden con más fuerza en los colectivos que son más débiles y tienen una situación de desventaja respecto a otros. Ellos son siempre los últimos de la fila, y en esta situación de crisis la fila es más larga. Así que están más lejos de tener una oportunidad.
En este contexto, ¿se está produciendo un aprovechamiento por parte de quienes ofrecen puestos de trabajo para contratar a los jóvenes con unas condiciones laborales que antes eran inaceptables?
Los empresarios que colaboran con nosotros suelen están absolutamente sensibilizados porque aceptan incluir en sus plantillas a personas que quizás en otras circunstancias no las admitirían. Así que no vemos un deterioro en ese sentido. El problema es que los muchachos encuentran menos oportunidades. Tenemos firmados convenios con más de 300 empresas distintas, que nos proporcionan ofertas de trabajo y nosotros a personas. El éxito se basa en la confianza.
¿A cuántas personas atiende en estos momentos la Fundación Proyecto Don Bosco?
Desarrollamos tres líneas de trabajo. La primera es el programa socioeducativo, que consiste fundamentalmente en intervenciones complementarias al sistema educativo reglado para los chavales que no encuentran respuesta en la escuela convencional. Asistimos a 150 personas del polígono del Guadalquivir, Las Palmeras, y el Centro Social Don Bosco con programas de prevención del absentismo escolar, acciones formativas para chicos tutelados, programas de mediación intercultural, prevención de drogas, emancipación de la mujer… Una segunda línea de trabajo es la atención residencial, es decir, las casas de acogida para menores tutelados por la Junta. Tenemos tres casas para 17 chicos. Y la tercera línea son los programas de inserción laboral. En este bloque hemos atendido a 767 personas en el último año y hemos logrado 214 inserciones, un 28%. Esto supone una proporción realmente llamativa porque el último año ha sido muy complicado y, además, hablamos de personas en riesgo de exclusión social, de inmigrantes… Muchos de ellos tienen una escasa cualificación.
¿Están los empresarios cordobeses sensibilizados con este problema?
Creo que sí. Es cierto que las oportunidades ahora mismo son menores, porque el mercado se mueve menos e incluso los empresarios que quieren ayudar no pueden hacerlo. Pero en muchas ocasiones el compromiso social llega por las historias personales que hemos vivido. Hay empresas que colaboran con nosotros porque han tenido relación con los salesianos, y otros son empresarios que han pertenecido a colectivos difíciles y han logrado prosperar. También hay personas que desde la solidaridad se comprometen con la construcción de un mundo más justo.
¿Son los jóvenes de ahora iguales a los de hace una década, cuando la Fundación empezaba a funcionar?
Lo que ha cambiado es que se han universalizado los perfiles. Es decir, ahora mismo atendemos a jóvenes de todos los barrios y provenientes de todos los contextos. Digamos que la pobreza ya no está tan focalizada como al principio. Y una segunda característica es la gran cantidad de inmigrantes, sobre todo magrebíes que han cruzado el Estrecho en patera o en los bajos de un camión y ahora están en nuestra tierra. Hace doce años su presencia era testimonial, y se encuentran con la dificultad añadida de que normalmente están solos, sin lazos familiares ni redes que los sostengan. En esta situación, cumplir los 18 años es un drama. Nosotros a esa edad no éramos autónomos, pero ellos al cumplir la mayoría se encuentran completamente solos y sin la protección social que les da el hecho de ser menores. Todo esto condiciona nuestra intervención porque hace que nos tengamos que poner un reloj.
La Fundación está en contacto con adolescentes que cumplen medidas judiciales. ¿Es la conflictividad tan alta entre los jóvenes como se dice?
No es que haya más problemas, lo que está ocurriendo es que todo está más estructurado. Desde la intervención con los menores hasta los programas sociales y las respuestas… Y eso hace que se pueda atender muchos más problemas y más perfiles. Pero no creo que la conflictividad sea mayor. Quizás sí la desestructuración social, la situación de abandono de adolescentes incluso en familias normalizadas o bien económicamente porque pasan mucho tiempo solos en casa. Este tipo de problemas sí se han agudizado. Pero no hay un repunte de los casos extremos de violencia.
¿Cree que hay una crisis de valores que puede afectar a la juventud tanto como lo hace la crisis económica?
Nos encontramos inmersos en un proceso de sustitución de los referentes. La familia en muchos casos hace dejación de su papel como actor educativo para los muchachos, y nosotros no podemos crecer y madurar sin un referente claro en cuanto a nuestros valores y nuestras esperanzas. Sin referentes y con estas perspectivas económicas, muchos chicos se encuentran desesperanzados y faltos de un proyecto de futuro.
¿Tiene esto algo que ver con el aumento de la laicidad?
No creo que el problema sea la contraposición de valores laicos contra valores religiosos. Es necesario tener un referente de valores, un modelo de maduración en el que mirarse. Y este modelo puede inspirarse en criterios religiosos o en criterios humanistas, y cualquiera es válido para la maduración de una persona. El problema es que no haya nada, que sustituyamos cualquiera de esos modelos por el no-modelo. Eso sí que es un desastre para la persona.
¿Y esto está ocurriendo ahora mismo?
En algunos casos, sí. Las mismas familias se encuentran desorientadas, y eso hace que se transmita una ausencia de esperanza y de orientación hacia el futuro.
¿Cómo es el futuro laboral de los jóvenes?
Es evidente que España está sufriendo una tasa de paro enorme que será difícil que se reduzca a corto plazo. Cada vez más llegan jóvenes al mercado laboral que se encuentran las puertas cerradas. No hay oportunidades. Y es una situación que no se va a acabar en dos días, sino que va a estar con nosotros mucho tiempo. Así que muchos jóvenes que dan el paso de la incorporación al mercado están viviendo una tragedia. Los universitarios se encuentran con muchas dificultades, pero peor aún es la perspectiva para los que han tenido menos oportunidades en la vida. Primero porque se incorporan antes, y segundo porque tienen que competir y no tienen mucho que ofrecer. Así que para los jóvenes en riesgo de exclusión la crisis es una auténtica muralla. Todos deberíamos pensar que el crecimiento económico es importante no solo para generar riqueza, sino también para avanzar en cohesión social.
¿Y qué futuro les espera a estos chicos que cuando cumplen 18 años se quedan desprotegidos?
La única opción que tienen es que la sociedad arbitre los medios para acogerlos, protegerlos y prepararlos para una inserción laboral. Hay que pensar que un contrato es el mayor factor de estabilización de una persona. Te permite ser autónomo, ser autosuficiente, construir un proyecto de vida…
¿Se puede decir que están fallando los recursos sociales y hay jóvenes que se ven abocados a la marginalidad?
Esto sería culpar a la sociedad entera, y tampoco es justo. Sí entiendo que, cuando una persona puede ganarse la vida con honradez, se convierte en una persona integrada. Pero si le cerramos la puerta, la sociedad los aboca a la exclusión y les hace ver que no se les quiere tener dentro, aunque sea simbólicamente. Ese es el drama de quien no encuentra un puesto de trabajo.
¿Vienen muchos jóvenes a pedir trabajo a la Fundación?
Por supuesto que sí. Estamos absolutamente desbordados. Se les hace un itinerario personalizado y se les orienta.
¿Las administraciones públicas están haciendo lo suficiente?
Están colaborando. La mayor parte de nuestra financiación procede de las administraciones públicas.
¿Qué propuestas concretas haría la Fundación para mejorar el futuro de los jóvenes?
No existe la solución única. Estamos en una crisis y es necesario reajustar gastos y no sobran los recursos. Los recortes presupuestarios también llegan las políticas sociales, y el problema es que estos colectivos son ahora más numerosos que en época de bonanza. Así que se produce una paradoja. Apostamos por un modelo de sacrificio: yo renuncio a parte de mi bienestar para que haya gente que pueda vivir con dignidad.
¿Es eso lo que mueve a la Fundación Proyecto Don Bosco?
Luchamos para que la sociedad sea capaz de comprender que las personas tienen que vivir con dignidad. Y eso a veces supondrá destinar recursos a aquellos que menos tienen, o incluso a aquellos que, según se mire, menos lo merezcan en un momento determinado.
¿Cree que la gente está siendo solidaridad o se está disparando el egoísmo?
Disfrutamos de un estado de bienestar bastante avanzado que es el resultado de muchos años de esfuerzos. La cuestión es que en momentos de crisis puede surgir lo mejor o lo peor de cada uno. A mí me gustaría que no anduviéramos por el camino fácil del egoísmo y de sálvese el que pueda.