Siempre ha parecido una rutina infinita en nuestras vidas eso de agarrar la cartera a las 8.10 de la mañana, bajar las escaleras con las sábanas marcadas en la cara y recorrer el camino que nos separaba de nuestra obligación. Así pasan días, trimestres y años desfilando ante la puerta del colegio y en el corazón de un Don Bosco que soñó con sonrisas en los patios, pórticos y todas las clases que constituyen Salesianos, nuestro atípico colegio, nuestra casa que observa cómo lentamente la carita de inocencia se la regalamos a una primaria de sumas, abecedarios y colores y aprendemos no sólo a madurar, sino también a vivir aprendiendo.
Cada 31 de Enero su huella siempre quedó grabada a fuego, imborrable en esta aventura de crecer, de comprender que la belleza está reflejada en cada uno de nuestros pasos, en un camino que le regalamos como la mejor poesía, como una lluvia de color en pleno invierno. De alguna forma nos obliga a soñar, siempre con una confianza ciega en nuestros actos, sabiendo que nuestro legado es grande, que el futuro que construimos lo miramos desde los ojos de Don Bosco.
Nuestro colegio es un hogar, un Oratorio que no sólo queda en los viernes, se refleja en cada semilla que brota esperanzas, en cada uno de los que componemos el gran puzzle salesiano y que vivimos contracorriente más allá de las aulas. Ojalá siempre recordemos lo que es levantarse temprano y caminar hacia un lugar donde los sueños son posibilidades en nuestras manos.
Celia Valero Amil, 2º A Bachillerato